L'Héautontimorouménos


Te golpearé sin cólera
Y sin odio, como un leñador,
¡Como Moisés la roca!
Y haré de tus párpados,

Para saciar mi desierto,
Brotar las aguas del dolor.
Mi deseo preñado de esperanza
Sobre tus lágrimas saladas flotará

Como un navío que zarpa,
Y en mi corazón que embriagarán
¡Tus queridos sollozos resonarán
Como un tambor que bate a la carga!

¿Acaso no soy yo un falso acorde
En la divina sinfonía,
Gracias a la voraz Ironía
Que me me muerde y me sacude?

¡Ella está en mi garganta, la grita!
¡Es toda mi sangre, este veneno negro!
¡Yo soy el siniestro espejo
Donde la furia se contempla!

¡Yo soy la herida y el cuchillo!
¡Yo soy la bofetada y la mejilla!
¡Yo soy los miembros y la rueda,
Y la víctima y el verdugo!

Yo soy de mí corazón el vampiro,
—Uno de esos grandes abandonados
condenados a reír eternamente
¡Y a quienes falta la sonrisa!
Charles Baudelaire (1821-1867)

Mi encuentro con este poema fue allá cuando rondaba los dulces dieciséis julios de mi vida. Y este descubrimiento de Baudelaire y esa gema oscura de la poesía que son las Flores Del Mal, fue uno de los sucesos decisivos para abrazar por completo no sólo la poesía, si no la literatura universal. Aunque mi descubrimiento parece un poco tardío, pues inicié mis lecturas alrededor de los doce años, esta tardanza fue debido a que en aquellos primeros años de mi acercamiento a la literatura me concentré en los escritores mexicanos y latinoamericanos y dejé, a propósito para después, la búsqueda de la literatura europea y americana. Pero una vez se dio el hallazgo de Baudelaire, la veta de la literatura francesa, inglesa y americana llegó a mi a través de escritores como Verlaine, Rimbaud y Mallarmé, de ahí hasta los surrealistas; luego MiltonChaucer, Byron, Shelley y Keats hasta la generación de la Golden Dawn, Y en la literatura americana de W. Withman a la Generación perdida, Frost, E.E. Cummings hasta Ezra Pound y T.S. Eliot.
Siempre he admirado a Poe. Tiene, como bien decía el mismo Baudelaire, "esa marca de infortunio que hace a un verdadero poeta brillar como un sol negro en un amanecer luminoso". Pero toda aquella emoción y momentos de feliz terror en los que me hundían las narraciones extraordinarias de Poe, las extrañaba en su poesía, aún en la perfecta atmósfera lóbrega del cuervo.
Sentía que de alguna manera Poe me quedaba debiendo algo de escalofrío en su poesía, ese sobrecogimiento ante el horror que nos deja el gato negro o el corazón delator. 
Pero aquel sentimiento tan ansiado en la poesía vino a cubrirlo para mí Charles Baudelaire. Encontraba en los poemas de Baudelaire aquella sensación de libertad, sacrilegio y apostasía que entonces maduraba en mí en franca oposición a mi niñez
católica; sobre todo los poemas de aquella sección llamada La Rebelión. 
Cain y Abel se convirtió en una especie de himno y la negación de San Pedro en mi credo. Pero aquí y allá en el libro aparecían poemas, algunos aún atrapados demasiado en la forma como creía Rimbaud, pero diferentes.
Se podía ver en ellos a ese primer genio -para mí- de la poesía maldita.
Este poema, junto a Las metamorfosis del vampiro marcaban la tonalidad del horror que buscaba en la poesía. Nadie - hasta entonces - había plasmado esas emociones, sentimientos e imágenes en la poesía que yo había leído. Muchas noches antes de cerrar los ojos, leía yo estas líneas para dormirme y soñar con sus palabras hechas imágenes. No he leído a nadie que narre en tan hermosas palabras, su encuentro con un vampiro, y su transformación, porque en ese sentido, todo parte a través de él:

Cuando hubo succionado de mis huesos la médula
y muy lánguidamente me volvía hacia ella
a fin de devolverle un beso, sólo vi
rebosante de pus, un cáliz pegajoso.
Yo cerré los dos ojos con helado terror
y cuando quise abrirlos a aquella claridad,
A mi lado, en lugar del fuerte maniquí
que parecía haber hecho provisión de mi sangre,
en confusión chocaban fragmentos de esqueleto,
De los cuales se alzaban chirridos,
como los de una agria e infernal veleta,
o los de un cartel, al cabo de un vástago de hierro,
que acaricia el viento en las noches de invierno.
 
¿Hasta dónde retrataba las desventuras que Jeanne Duval le ocasionaba? ¿O estará oculto en estos poemas el amor y la sombra oscura que proyectó durante toda su vida el amor de su madre? Quizá nunca lo sabremos. Pero sus palabras aún continuan, balanceándose en los helados vientos de los tiempos pasados y por venir, como la veleta, chirriando y congelándonos la sangre...
 


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